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jueves, 29 de agosto de 2013

El Retórico.



Te apodé el Retórico.
Por eso de la elegancia de tu verborrea. Por eso de que te creías magnate de las cohesiones más futuristas, de la prosodia más entrañable.
Te dirigía la pluma mental de un trovador, las líneas firmes de un arquitecto sombra de la ilegalidad. Construías cerca de pantanos los versos más hermosos. No por la belleza que fluye, sí por el barro que constituía el escondite del retroceso. Un lodazal repleto de "yo no lo dije", ahíto de madrigueras donde enterrabas tu hombría. Las ramas crujían para ensombrecer tu agudeza. Las hojas caían para guarecer tu compulsividad. Te santiguabas con disimulo al ver como me engullían las puntadas de tu descalabro.

El último romántico de la lista negra.
El penúltimo perjurio de la caja de Pandora.
La Cosa Nostra de mi mortificación.

Te apodé el Retórico. 

Por eso de cavar la tumba con grandilocuencia. 

Por eso de matarte a tu distinguida altura. 

Entre páginas que no leerías.

Hemingway habló del desafío.
Escribió sobre las adversidades.

Que si el amor, que si el hombre,
que si la presa que no sucumbe.

Hemingway eternizó una epifanía.
No de un pescador,
no de una batalla contra la derrota.
Sino sobre ti,
sobre las corrientes que salan tu corazón
y lo secan.

Te quiso recordar 
sin saber de tus oleajes.
Te quiso echar 
tinta  ahí donde tus dedos tiemblan.
Te quiso tener 
entre páginas que no leerías.

Hemingway pensó en revelar tu ambigüedad.
Que si ya no me vales como faro,
que si la luz nace en tus cabellos.

El bote que flota y ya no me lleva.
Las astillas de unos remos que nadie utiliza.

Hemingway te veneró en prosa,
te ironizó sin firma.

Y yo, que tanto te leo en sus palabras,
que tanto te reconozco sin nombre..

Me convierto en santa.
Me relego en mártir.

Y te crucifico en mi poesía.